lunes, 20 de agosto de 2012

En Vespino entre la ola de calor

Esto es lo que le comentaba a Kiqu en un correo personal:

-- Ya lo sabes pero te comento que a pesar de haber hecho todo lo que he hecho con la Vespino, no dejo de asombrarme cada día más de lo que ese "bicho" es capaz de hacer. Creo que puedes hacer lo que se te antoje. Por añadir algo que todavía no sabíamos te diré que en la última etapa, la de Camarzana de Tera - Vall, de 640 kms., pillamos uno de los peores días del verano y las tierras que atravesamos no eran, digamos, refrescantes, más bien todo lo contrario. El calor era asfixiante y el sol caía sin que nada lo tapara. Tuvimos que ponernos manga larga e ir todo el tiempo con la visera del casco bajado para no quemarnos. Ahora mismo, mientras te escribo ésto, estoy viendo mis antebrazos totalmente escamados por la piel que se me desprende de las quemaduras del sol. Pues bien, lo novedoso es que por primera vez en todos los viajes que llevo hechos, tenía que apartar la pierna de la parte por donde le hiciste los agujeros a la tapa del motor para que evacuara mejor el aire de la turbina, porque el calor que salía por ellos me quemaba. Y no te digo cómo se ponía la maleta derecha, los tubos de la gasolina y todo lo que vivía por ese lado. Cuesta arriba, cuando la velocidad bajaba y el motor tenía que emplearse a fondo, el calor era infernal. Cuesta abajo se entibiaba y casi llegaba a ser agradable. En agunos momentos pensaba que íbamos demasiado rápidos y que alguno de los motores, el de Tachu o el mio, acabaría enganchándose... pero no... no ocurrió nada de eso. En esas subidas que te comento, incluso nos pasábamos la botella de agua con aislante térmico que llevabamos, que a pesar haber llenado con agua fresca y estar protegida, pronto se calentaba. La partes metálicas de la moto quemaban y de no haber sido porque íbamos en marcha y el aire las refrescaba, difícilmente hubiéramos podido conducir la moto sin guantes... acababa de perder uno y conducía sin ellos--.
Después de haber hecho más de 1.000 kms. en una etapa, quién podía pensar que no era posible concluir los 650 de la última. No era descabellado, como no lo fue, aunque el calor como invitado de última hora nunca es bienvenido, a pesar de que siempre comento que esos días nos sientan bien a la Vespino y a mí, y que son los frescos y lluviosos los que incomodan cualquier viaje. Ni una ni otra afirmación son falsas, pero cuando llevas algo de cansancio en el cuerpo y te encuentras con un día sin treguas térmicas y sin un puñetero lugar con sombra para guarecerte unos minutos, la verad, la situación se torna difícil. Únicamente la confianza en nuestras máquinas y la paciencia para que los kilómetros pasasen poco a poco fueron como siempre nuestros aliados. No fallaron.

Las carreteras no eran las portuguesas. Por suerte el asfalto era generalmente de buena calidad y aprendimos a desoir los consejos del navegador que se empeñaba en recomendarnos excursiones por el centro de todas las poblaciones por las que pasábamos. En algunos tramos, cortos por suerte, pisamos caminos de tierra que enlazaban con las carreteras correctas; evitar eso todavía se escapa a nuestros conocimientos, a los míos que era quien llevaba el navegador.

La media horaria resultó muy alta, altísima para las condiciones de calor del día. Al final de la etapa la fijamos por encima de los 50 kms/h., que significa que la marcha rondaba los 60 kms/h. en terreno llano.

Otra dificultad podíamos encontrarla en los neumáticos puesto que el asfalto estaba muy caliente y llevábamos mucho peso en las motos. Por suerte tampoco ellos fallaron. Creo que fue un acierto montar ese tipo de neumáticos que nos recomendó Kiqu, porque están preparados para más peso y más velocidad. Son bastante más duros y complicados de montar en las llantas, pero te dan confianza y sin duda son más seguros.

En el aspecto meramente turístico, una vez más, nos vimos penalizados por nuestro afan deportivo de los viajes en Vespino. De no cambiar el chip de manera radical, vamos a seguir atravesando Europa sin detenernos a saborear los encantos de cientos de rincones por los que pasamos sin detenernos. Ésta última etapa no iba a ser menos: alejados de las rutas convencionales y rápidas, atravesamos pueblos y pueblecitos con mucho encanto y mucha historia, unas veces en un estado esplendoroso y otras ruinoso pero atractivo al mismo tiempo. No es el momento ni el lugar de entretenerme en explicar todo lo que vimos, aunque recomiendo vivamente a quienes quieran disfrutar de un viaje agradable y sin prisas, al tiempo que enriquecedor, que se aventuren a ir desde Benavente a Molina de Arangón, pasando por las provincias de Palencia, Zamora, Valladolid, Burgos, Guadalajara y Teruel (no recuerdo si me dejo alguna) por rutas marcadas para bicicleta o incluso peatones. Podrán apreciar lo que nos perdemos al viajar por otras vías más rápidas.

Al final añocheció antes de llegar a los límites de la provincia de Castellón, pero eso ya eran carreteras conocidas. Al llegar a Barracas, la primera localidad de la Comunidad Valenciana, era totalmente denoche. A pesar de estar a 1.000 metros sobre el nivel del mar, el calor seguía siendo importante. En ese momento íbamos en manga corta porque el sol hacía un buen rato que ya no estaba. Los faros de las GL volvían a recordarnos que eso de la luz era una asignatura pendiente, de modo que afrontamos las curvas y los baches del antuguo Puerto de Ragudo con toda la cautela del mundo, para aliviar nuestros temores al pisar asfalto liso y agradable unos kilómetros antes de llegar a Viver, el resto era sencillo.

Llegamos a Segorbe casi a las 11.00 de la noche, así que no estaba nada mal la etapita de 643 kms. en 18 horas. Tachu tenía unos 20 kilómetros más para llegar a su casa y yo 10 para llegar a la mía, así que nos abramos y nos dimos la enhorabuena. Por mi parte me esperaba una dicha fresca, una buena cena y una cama, y a Tachu lo mismo pero en lugar de una cama, seguramente una jornada de trabajo nocturna que espero pudiera superar con éxito, todavía no me lo ha contado.

Hasta la próxima...


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